lunes, noviembre 19, 2007

¿Qué quiero de la Asamblea Constituyente?

Nada.

Me voy a explicar. Quiero nada más que no exista ya en la actual Constitución, en la Declaración Universal de Derechos Humanos o en el Pacto Global de Naciones Unidas.

Nada quiero. Porque el reconocimiento de mis derechos individuales, civiles, políticos, económicos, culturales y colectivos ya están consignados en la Constitución aprobada en 1998. Porque los derechos de las minorías, de los indígenas o de los negros (o afroecuatorianos), de los grupos vulnerables, de los niños, de los jóvenes, de las mujeres embarazadas y de los viejos, y de los consumidores, ya están garantizados en la Constitución.

Porque la Constitución ya garantiza mis derechos. Garantiza el debido proceso al cual debo estar sometido en un juicio; garantiza mi libertad de expresión, y que no me insulten, atropellen ni deshonren. Porque ante la ley ya soy igual a mi vecino o a su vecino. Ya soy libre y tengo libertad de elegir –que pleonasmo- bienes y servicios públicos y privados de óptica calidad, eficientes, y a tiempo.

Ya tengo derecho a elegir y ser elegido; tengo derecho a tener lo mío propio; ya tengo derecho a transitar libremente por la República; tengo derecho a un trabajo digno; ¿qué más me puede dar la Asamblea Constituyente?

Si el Estado ya reconoce y garantiza mi propiedad; y garantiza que haya igualdad de oportunidades para mí y todos los demás, sin excepción de género ni raza ni credo ni condición social ni ubicación geográfica en el acceso a recursos para la producción, entonces ¿qué más me dará la Asamblea?

Si el Estado, está escrito, me garantiza posibilidad de acceso permanente e ininterrumpido -es decir, sin paros- a servicios de salud, entonces ¿qué más me dará Asamblea?

Si ya tengo (yo y todos) un seguro general obligatorio que cubre mis contingencias de enfermedad, maternidad, riesgos del trabajo, cesantía, vejez, invalidez, discapacidad o muerte… ¿qué más hay que pedir?

Si la educación es un deber inexcusable del Estado; y si está inspirada en el civismo, basada en la ética, y además es gratuita hasta el bachillerato o su equivalente, ¿por qué pedir cambios a los Asambleístas?

Si el Estado, dice la Constitución, ya garantiza mi derecho a acceder a fuentes de información; a buscar, recibir, conocer y difundir información sin censura previa, entonces, ¿por qué querer reforzar la libertad de expresión, de información y de opinión a través de la Asamblea?

La Constitución vigente ya me obliga (a mi y a todos) a acatar y cumplir con la Constitución, la ley y las decisiones de autoridad. Ya me obliga a respetar los derechos de los demás, a respetar la honra ajena, a cuidar el media-ambiente, a promover el bien común y anteponer el interés general al interés particular. Y si debo hacer esto para con los demás, ellos deben hacerlo conmigo… ¿qué más pedir?

¿Pedir que se cumpla?

¿Qué quiero de la Asamblea? Nada y todo, a la vez. Nada, porque todo lo que necesitamos ya está normado. Todo, porque nada se cumple a cabalidad.

Pero ahora que lo pienso, no es la Asamblea –una entelequia- que debe cumplir con la ley y la Constitución… todos debemos.

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